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IN MEMORIAM: Dolores de Escauriaza Morales

Joaquín Vilas, el hermano mayor de los Vilas,  al finalizar el funeral por su madre,  hizo una semblanza emotiva sobre su persona y los últimos días de su vida. Transcribimos  aquí el texto leído en aquella celebración. 
Mª de los Dolores de Escauriaza Morales (Lolita, como era llamada habitualmente) falleció el 14 de abril de 2015. Un mes antes había celebrado su nonagésimo cumpleaños en feliz compañía de sus hijos y nietos con una misa de acción de gracias y una comida familiar. Había nacido en Madrid el 15 de marzo de 1925, pero de muy pequeña vino a La Coruña en cuya vida ciudadana se integró perfectamente. Estudió en el colegio de las Josefinas y en el instituto Eusebio da Guarda. Posteriormente alcanzaría el título de Magisterio. En su juventud fue miembro de la Acción Católica de la parroquia de San Pedro de Mezonzo, pues vivía en la Granja Agrícola de Monelos, de la que era director su padre, y frecuentaba también la iglesia de los PP Redentoristas, naciendo en ella su devoción a la Virgen del Perpetuo Socorro.


Al casarse el 12 de octubre de 1951 en la colegiata de Santa María con Joaquín Vilas Durán, vecino de la Ciudad Vieja en la calle de Tabernas, se incorporó al barrio y a las actividades parroquiales de Santa María y Santiago.
Fue madre de cinco hijos, abuela de diez nietos y bisabuela de dos bisnietos. Buena hija, buena esposa, buena madre, buena cristiana, buena vecina, buena amiga,… Participó en diversas cofradías y asociaciones (Virgen de los Dolores, Apóstol Santiago, Virgen del Rosario, Virgen del Portal, Marías de los Sagrarios,…) y trasmitió con su palabra y vida la fe cristiana a sus descendientes, no dejando de rezar el rosario, bien en familia, bien individualmente, ni un solo día de su vida.


En la iglesia de Santiago solía sentarse en el mismo banco cerca de la puerta de la sacristía y junto a una estufa. En Santa María, donde últimamente asistía a la misa dominical, también ocupaba su sitio en los primeros bancos. Participaba también de las actividades del Hogar Parroquial, siendo famosas sus clases de cocina, pues era una excelente repostera.

Tras participar en todas las celebraciones de la última Semana Santa, el domingo de Pascua empezó a sentirse mal. El martes por la tarde acudió a su última misa en la iglesia de Santiago. Y lo que parecía ser una prueba diagnóstica rutinaria en el hospital el viernes 10 de abril derivó en una operación urgente que la mantuvo varios días en la UCI. 
Allí tuvo con sus hijos las últimas conversaciones, preocupándose por las cosas habituales de su casa y de sus vidas. Pero el martes 14, sintiendo la inminencia de la muerte, solicitó la presencia del párroco junto a ella. Éste estaba ese día fuera de la ciudad, pero manifestó su disposición de ir al hospital al acabar la misa de ocho de la tarde. Pero ella dijo que su presencia debería ser inmediata, pues para entonces podría ser demasiado tarde. Al saberlo, el párroco acudió presuroso y le administró la Unción de Enfermos, respondiendo ella con plena consciencia a todas las oraciones. Unas dos horas después fallecía dulcemente.
Precisamente por su fe nunca tuvo miedo a la muerte, pues tenía muy presente la afirmación del Credo de “creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna”. Sabía que al alcanzar el cielo volvería a reunirse con su esposo con el que “había compartido cuarenta y nueve años de feliz matrimonio”. Por ese amor a su marido había dispuesto que su funeral fuera en la misma iglesia de Santa María del Campo donde se había casado hacía 64 años y que en la actualidad era la iglesia parroquial a la que pertenecía su nuevo hogar en la calle de Herrerías. La misa exequial se celebró el jueves 16 de abril tras su entierro en el nicho familiar, donde ya reposaban su padre y su esposo, en el cementerio de San Amaro.

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