La fe no es un mero mecanismo psicológico de consuelo y de serenidad, pero el encuentro personal con Cristo da consuelo y serenidad. La fe no es la ilusión quimérica y crédula de que a todos sus hijos Dios los libera del sufrimiento y de la angustia, pero el encuentro personal con Cristo genera en el corazón -aún en medio del sufrimiento y de la angustia- confianza y fortaleza, la certeza de la victoria sobre el mal. El que cree en Cristo, no sólo con la mente, sino con toda su vida transformada por la relación con Él, vive con sentido y con esperanza, mirando el mundo y al prójimo con mirada nueva; oyendo también la palabra de la verdad y la sabiduría. Ya no estará sordo a la verdad ni mudo para proclamarla, ni ciego para la belleza radical de cada persona y de cada ser creado.
La fe no es un mero mecanismo psicológico de consuelo y de serenidad, pero el encuentro personal con Cristo da consuelo y serenidad. La fe no es la ilusión quimérica y crédula de que a todos sus hijos Dios los libera del sufrimiento y de la angustia, pero el encuentro personal con Cristo genera en el corazón -aún en medio del sufrimiento y de la angustia- confianza y fortaleza, la certeza de la victoria sobre el mal. El que cree en Cristo, no sólo con la mente, sino con toda su vida transformada por la relación con Él, vive con sentido y con esperanza, mirando el mundo y al prójimo con mirada nueva; oyendo también la palabra de la verdad y la sabiduría. Ya no estará sordo a la verdad ni mudo para proclamarla, ni ciego para la belleza radical de cada persona y de cada ser creado.
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