Insertamos aquí con algunos recortes, por su extensión, el pregón del DOMUND 2016, pronunciado por Pilar Rahola, la conocida periodista y política catalana, a petición de la delegación de las Obras Misionales Pontificias de la diócesis de Barcelona. Los recortes del texto están indicados así: (...) El lector puede ver el texto completo en la web de las Obras Misionales Pontificias:
www.domund.org/2016/10/la-patria-del-corazon.html
www.domund.org/2016/10/la-patria-del-corazon.html
La patria del corazón
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Pilar Rahola, periodista, pregonera del DOMUND 2016 en Barcelona |

Vivimos tiempos
convulsos, que nos han dejado dañados en las creencias, huérfanos de ideologías
y perdidos en laberintos de dudas y miedos. Somos una humanidad frágil y
asustada que camina en la niebla, casi siempre sin brújula. En este momento de
desconcierto, amenazados por ideologías totalitarias y afanes desaforados de
consumo y por el vaciado de valores, el comportamiento de estos creyentes, que
entienden a Dios como una inspiración de amor y de entrega, es un faro de luz,
ciertamente, en la tiniebla.
Hablo de ellos, de los
misioneros, y esta palabra tan antigua como la propia fe cristiana —no en vano
los cristianos empezaron a salir de su tierra, para ir a la tierra de todos,
desde los principios de los tiempos—, esta palabra, decía, ha sido ensuciada
muchas veces, arrastrada por el fango del desprecio. Es cierto que los
misioneros tienen un doble deseo, una doble misión: son portadores de la
palabra cristiana y, a la vez, servidores de las necesidades humanas.
Es evidente que las
críticas históricas a determinadas prácticas en nombre de la evangelización son
pertinentes y necesarias. Estoy convencida, leyendo el Nuevo Testamento, de que
el mismo Jesús las rechazaría. Pero no estamos en la Edad Media, ni hace
siglos, cuando, en nombre del Dios cristiano, se perpetraron acciones poco
cristianas. (...) Si es pertinente hacer
proselitismo político, cuando quien lo hace cree que defiende una ideología que
mejorará el mundo, ¿por qué no ha de ser pertinente llevar la palabra de un
Dios luminoso y bondadoso, que también aspira a mejorar el mundo? ¿Por qué, me
pregunto —y es una pregunta retórica—, hacer propaganda ideológica es correcto,
y evangelizar no lo es? Es decir, ¿por qué ir a ayudar al prójimo es correcto
cuando se hace en nombre de un ideal terrenal, y no lo es cuando se hace en
nombre de un ideal espiritual? Y me permito la osadía de responder: porque los
que lo rechazan lo hacen también por motivos ideológicos y no por posiciones
éticas.
Quiero decir, pues, desde mi condición de no creyente: la misión de evangelizar es, también, una misión de servicio al ser humano, sea cual sea su condición, identidad, cultura, idioma..., porque los valores cristianos son valores universales que entroncan directamente con los derechos humanos. (...)
Quiero decir, pues, desde mi condición de no creyente: la misión de evangelizar es, también, una misión de servicio al ser humano, sea cual sea su condición, identidad, cultura, idioma..., porque los valores cristianos son valores universales que entroncan directamente con los derechos humanos. (...)
Permítanme que lo
explicite de una manera gráfica: si la humanidad se redujera a una isla con un
centenar de personas, sin ningún libro, ni ninguna escuela, ni ningún
conocimiento, pero se hubiera salvado el texto de los Diez Mandamientos,
podríamos volver a levantar la civilización moderna. Todo está allí: amarás al
prójimo como a ti mismo, no robarás, no matarás, no hablarás en falso...; ¡la
salida de la jungla, el ideal de la convivencia! De hecho, si me disculpan la
broma, solo sería necesario que los políticos aplicaran las leyes del catecismo
para que no hubiera corrupción ni falsedad ni falta de escrúpulos. El
catecismo, sin duda, es el programa político más sólido y fiable que podamos
imaginar.
(...) La caridad cristiana ha sido el sentimiento pionero que
ha sacudido la conciencia de muchos creyentes, decididos a entregar la vida
propia para mejorar la vida de todos.
Y no me refiero solo a
los misioneros actuales, a los más de quinientos catalanes, o a los casi trece
mil de todo el Estado, repartidos por todo el mundo, allí donde hay necesidad más
extrema, sino también a aquellos lejanos cristianos que, por amor a su fe,
protagonizaron gestas heroicas. (...) El
mismo ideal espiritual que motivaba a san Serapión a ir hasta el Magreb, entrar
en la prisión de un sultán y liberar a un desconocido, convencido de que aquel
acto de amor era un tributo a Dios, es el que motivó a Isabel Solà Matas, una
joven enfermera catalana, perteneciente a la Congregación de Jesús-María, a
estar dieciocho años en Guinea y ocho en Haití, hasta que fue asesinada.
Durante todos estos años de entrega, dejó su estela de bondad y servicio, y, gracias
a ella, por ejemplo, existe ahora el Proyecto Haití, un centro de atención y
rehabilitación de mutilados que fabrica prótesis para los haitianos que no
tienen recursos. La conocían como «la monja de los pies», porque, gracias a
ella, muchos haitianos pobres habían tenido una segunda oportunidad. Casi
ochocientos años separaban a san Serapión de Isabel Solà, y, en ocho siglos, el
mismo alto ideal de servicio y entrega los motivaba, empujados por la creencia
en un Dios de amor.
Y como Isabel, tantos
otros misioneros, monjas, curas y seglares, muertos en cualquier rincón del
mundo, asesinados, abatidos por virus terribles, caídos en las guerras de la
oscuridad. Cómo no recordar al hermano Manuel García Viejo, miembro de la Orden
de San Juan de Dios, que, después de 52 años dedicados a la medicina en África,
se infectó del ébola en Sierra Leona y murió. O a su compañero de Orden Miguel
Pajares, que desde los doce años dedicaba su vida a los más pobres y que
regentaba un hospital en una de las zonas de Liberia más castigadas por el
virus. Todos ellos, caídos en el servicio a la humanidad, motivados por su fe
religiosa y por la bondad de su alma. Isabel, Manuel, Miguel son la metáfora de
lo que significa el ideal del misionero: el de amar sin condiciones, ni
concesiones. Si Dios es el responsable de tal entrega completa, de tal
sentimiento poderoso que atraviesa montañas, identidades, idiomas, culturas,
religiones y fronteras, para aterrizar en el corazón mismo del ser humano, si
Dios motiva tal viaje extraordinario, cómo no querer que esté cerca de
nosotros, incluso cerca de aquellos que no conocemos el idioma para hablarle.
Decía Isabel Solà en
2011, en un vídeo-blog para pedir ayuda para su centro de prótesis: «Os
preguntaréis cómo puedo seguir viviendo en Haití, entre tanta pobreza y
miseria, entre terremotos, huracanes, inundaciones y cólera. Lo único que
podría decir es que Haití es ahora el único lugar donde puedo estar y curar mi
corazón. Haití es mi casa, mi familia, mi trabajo, mi sufrimiento y mi alegría,
y mi lugar de encuentro con Dios».
(...)
He dicho al inicio de este pregón que no soy creyente en Dios, y esta afirmación es tan sincera como, seguramente, triste. ¡Estamos tan solos ante la muerte los que no tenemos a Dios por compañía! Pero soy una creyente ferviente de todos estos hombres y mujeres que, gracias a Dios, nos dan intensas lecciones de vida, apóstoles infatigables de la creencia en la humanidad. El papa Francisco ha pedido, en su Mensaje para este DOMUND, que los cristianos «salgan» de su tierra y lleven su mensaje de entrega, pero no porque los obliga una guerra o el hambre o la pobreza o la desdicha, como tantas víctimas hay en el mundo, sino porque los motiva el sentido de servicio y la fe trascendente. Es un viaje hacia el centro de la humanidad. Esta llamada nos interpela a todos: a los creyentes, a los agnósticos, a los ateos, a los que sienten y a los que dudan, a los que creen y a los que niegan, o no saben, o querrían y no pueden. Las misiones católicas son una ingente fuerza de vida, un inmenso ejército de soldados de la paz, que nos dan esperanza a la humanidad, cada vez que parece perdida.
He dicho al inicio de este pregón que no soy creyente en Dios, y esta afirmación es tan sincera como, seguramente, triste. ¡Estamos tan solos ante la muerte los que no tenemos a Dios por compañía! Pero soy una creyente ferviente de todos estos hombres y mujeres que, gracias a Dios, nos dan intensas lecciones de vida, apóstoles infatigables de la creencia en la humanidad. El papa Francisco ha pedido, en su Mensaje para este DOMUND, que los cristianos «salgan» de su tierra y lleven su mensaje de entrega, pero no porque los obliga una guerra o el hambre o la pobreza o la desdicha, como tantas víctimas hay en el mundo, sino porque los motiva el sentido de servicio y la fe trascendente. Es un viaje hacia el centro de la humanidad. Esta llamada nos interpela a todos: a los creyentes, a los agnósticos, a los ateos, a los que sienten y a los que dudan, a los que creen y a los que niegan, o no saben, o querrían y no pueden. Las misiones católicas son una ingente fuerza de vida, un inmenso ejército de soldados de la paz, que nos dan esperanza a la humanidad, cada vez que parece perdida.
Solo puedo decir:
gracias por la entrega, gracias por la ayuda, gracias por el servicio; gracias,
mil gracias, por creer en un Dios de luz, que nos ilumina a todos.
Pilar Rahola
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